25 de junio de 1978. Buenos Aires, Argentina. Argentina – Holanda. Estadio Monumental de River Plate; estadio a reventar, más de 70 mil almas ‘albicelestes’ eufóricas por ver a su país levantar el logro que inmortaliza a los futbolistas. Pero Víctor Dell’Aquila, que irónicamente no hacía parte de los 11 representantes argentinos, fue la figura de aquella tarde soñada.
Víctor perdió los brazos a los 12 años, cuando se le carbonizaron en un cable de tensión. A partir de ese suceso encontró en el fútbol, en Boca y en La Bombonera, una razón endulzada de pasión para seguir soñando a pesar de los caminos que tiene el destino para cada uno.
Desde pequeño, siendo más Xeneize que Riquelme o Tevez, asistía al estadio a ver a su equipo del alma. Tenía una costumbre mal vista para la policía y la seguridad del estadio, y era saltar al campo de juego a conseguir alguna firma, o mejor aún, una camiseta.
Aquel 25 de junio, Víctor llegó temprano al estadio del rival de siempre, pero que le daría una alegría eterna. Se sentó en la gradería más baja, la que está cerca al campo de juego, y como buen argentino, empezó a cantar y alentar a su selección.
Tres de la tarde marcaba el reloj, y el árbitro italiano Sergio Gonella, dio el pitazo inicial. Un partido cortado, raspado y tensionante. Mario Kempes, a los 38’, le dio el primer gol a la Argentina. 1-0 y tanto Víctor como los 70 mil que lo acompañaban, calmaron los nervios.
A ocho minutos de finalizar el encuentro, los holandeses apagarían la llama del Monumental. El gol de Nanninga silenció, como cuando un amigo desconecta el cable del parlante en la fiesta, el estadio. Tiempo extra.
En el tiempo adicionado aparecería nuevamente Kempes, y luego Daniel Bertoni para sentenciar el encuentro. 3-1 termina el partido, Argentina por primera vez campeona del Mundo, pero hay otro suceso que sería igualmente recordado.
Víctor, cuando el partido iba 3-1, y a punto de terminar, chequeó para lado y lado el esquema de seguridad. Vio que no sería mucho problema ingresar al campo. En el minuto de adición se preparó. Pitó Gonella, y ese fue el sonido que a le indicó a Víctor “es ahora”.
Saltó al campo, quería la camiseta de Alberto Tarantini. Ingresando por la portería de Ubaldo Fillol, se los encontró en un abrazo interminable, pero no eterno como el que Víctor daría al mundo.
Su reacción, para no perder la corrida, esa que ensayaba en ‘La Boca’, fue hacerse detrás de ellos. En ese momento Ricardo Alfieri, fotógrafo de El Gráfico, capturó en su lente el momento. Un instante que quedó para la eternidad, y que Víctor recuerda como ‘haber tocado el cielo sin tener las manos’.
Escrito por: Nicolás Segura Caicedo